ALLÍ

Es mi refugio. Mi salida. El lugar donde me gusta volver. Ese en el que cuando me siento mal, encuentro la serenidad dentro de la vorágine, del ruido, de la gente, del bullicio.

No cada vez que quiero, pero si cada vez que puedo. Me gusta volver allí. Donde nadie te mira. Donde nadie entorpece tu paseo. Donde nadie te pregunta. Donde te acogen sin saber, sin conocer, sin querer, sin preguntar. Donde me gusta volver.

Cuando me encuentro cansada, agotada, aturdida. Cuando necesito irme, es allí donde me gusta ir. Y envolverme en su frío o en su calor o en su vida o en sus calles. En sus tiendas, en sus puestos, en sus plazas, sus terrazas y sus bares. Lo temporal e intemporal. Lo prohibido. Gastar tiempo sin reloj. No tener en cuenta nada.

Reconozco que sus gentes me hacen sentir cierta envidia. Y reconozco también, que no es el lugar donde yo pueda vivir, donde yo quiera vivir. Pero si al que volver.

Reconozco que me agobian sus bullicios. Y que, a veces, necesito refugiarme en brazos de lo tranquilo. Y lo encuentro. Y me acompaña. Y me pierdo por las rutas conocidas. Y descubro nuevos sitios, nuevas gentes, nuevos paseos, nuevas construcciones que mirar y que admirar. Y reconozco que me siento apabullada y retraída. Que no sabría vivir allí. Pero se que si me siento intranquila, insegura, incómoda con mi vida, me gusta coger un tren y poder volver allí.

Porque el tren es ese viaje que te lleva a otros lugares, a otras personas, a otras vidas. Me gusta dejarme llevar y me gusta llegar allí. Y me cuesta despedirme. Y me adapto si me quedo. Y me convierto en una mas.

Me gusta volver allí. No me cuesta. No me importa. Me apetece. Me siento segura allí. Y me alcanza ese sosiego necesario que me falta tantas veces y me gusta. Y vuelvo sobre mis pasos porque no debo quedarme allí. Porque no puedo quedarme allí. Porque aunque quiera quedarme, me gusta vivir aquí.

Me gusta volver allí. Me gusta sentirme allí. Me gusta ser yo en Madrid.