8:31 a 9:17

Casi cada día hacía el mismo trayecto. Temprano se acercaba a la estación. La que estaba al final de la cuesta. Era una rutina necesaria para llegar a su destino.

Casi cada día coincidía con las mismas caras somnolientas. Luis, con su bici. Manuel y sus libros. María que cuidaba de la abuela al otro lado de la ciudad.

Y Laura.

   

La primera vez supo, que cada trayecto ya no sería el mismo. Desde hacía unos meses se sentaban uno al lado del otro.  Y se contaban lo que esperaban del día.

Se besaban en ambas mejillas, como dos buenos amigos. Esperaba a que comenzara a hablar y le hiciera el resumen del día anterior y entonces intervenía. Preguntando, apoyando, consolando, riendo con ella. Y entonces, ella hacía lo mismo con él. Le miraba, se paraba y formulaba su pregunta. La misma de cada día.

-¿y tú?-

«-Yo… Deseando verte de nuevo. Mirar tu sonrisa. Perderme en tus ojos. Cada día necesito más verte. Si alguno no apareces me preocuparé, pero sobre todo me vendré abajo. Porque el día comienza cuando tu apareces. Radiante, sosegada, elegante. El resto del tiempo pasa despacio. Muy despacio. Sólo deseando que pase para volver a verte. Necesito colocarme aquí a tu lado. Y sentir tu calor. Y tu olor. Ese olor que me acompaña por las calles. Te lo he cogido prestado y me envuelve, recordando los minutos que permanezco a tu lado. Necesito dar un paso, y besarte y cogerte de las manos. Me gustaría abrazarte y no dejar que te me escapes. Quisiera que una mañana me pidieras -quédate- y lo haría. Quiero verte el sábado y amanecer en domingo contigo. Te haría el mejor desayuno que recuerdas y te atraparía en mis piernas para evitar que te vayas. Me movería descalzo por el piso y te invitaría a bailar. Crearíamos nuestra propia banda sonora y te leería poemas mientras recuestas tu cabeza en el hueco de mi hombro. Y lo haría porque te quiero. Te quiero desde hace tiempo y no puedo dejar de hacerlo. Yo… te quiero-«

-¿Todo bien?-.

-Todo perfecto, como siempre-.

De 8:31 a 9:17 su mundo se paraba.