A OSCURAS

Recordaba cuando vivía de día.

Recordaba cómo la conoció.

Pero sobre todo recordaba cómo la perdió…

Le encantaban aquellas mañanas de domingo cuando, mientras él bajaba  al kiosko a buscar los periódicos del día, ella le hacía café.

Y subía churros. Le gustaba su olor mezclado con el aroma a sexo que le acompañaba por las mañana. Aquellas mañanas…

Y le gustaba repetir después del desayuno. Ella se sentaba a horcajadas sobre él y le besaba. Lentamente. Le cogía de la mano y le llevaba de nuevo a la cama. Las sabanas frías se hacían acogedoras de sus cuerpos. Y remoloneaban en domingo.

Echaba de menos sus manos en su pecho, sus caricias. Echaba de menos la brisa de su respiración. El brillo de sus ojos. Y su voz. Apagada en un susurro, pidiéndole…

Su relación era un domingo de febrero.

El paréntesis se cerraba en esas mañanas de periódicos, café, churros, sexo, tiempo robado a las horas, besos robados al tiempo.

Manos entrelazadas de nunca te irás.

Y se fue.

Mañanas de domingo que son lunes y martes…

Recogió todas sus cosas y se fue. Sin hablar. Sin mirar atrás. Pagarés vencidos que hay que cobrarse. Y acomodarse a no tenerla.

Daba vueltas en su cama hasta que el amanecer asomaba entre las rendijas de su alma.

Comenzó a vivir de noche. Prefería despertarse en otro cuartos. Prefería situarse en otra vida.

Prefería inventarse referencias de un pasado no inventado, no vivido, no soñado. Prefería…

El tiempo se le echaba encima y siempre volvía a su portal. Y antes de subir llamaba, esperando una respuesta y no llega. No está y no volverá.

Esperanzas que no pierde y esperanzas que van cayendo poco a poco.

Cuando el sueño le vencía era de día. Necesitaba escenarios distintos.

Cada noche cerraba los bares. La sola idea de volver a casa, solo, le hacia vivir a oscuras.