VIAJES

Hay viajes que se emprenden sin tener el destino asegurado.

Pones música de fondo y dejas que el camino te lleve donde decida llevarte.

Y te dejas. No propones. Ni dispones. Llegas a ese estado natural en que las cosas sólo pasan cuando tienen que pasar.

Porque tienen que pasar.

 

En ese viaje incierto te encuentras con obstáculos, con dudas, con sentimientos enfrentados, con últimas decisiones, con primeras dudas, con suposiciones. Con sueños elaborados y con otros que ni siquiera sabías que podías imaginar.

Y la pregunta que te asalta es, ¿y si todo esto es un sueño?.

Una nube de algodón que sobrevuela mi cabeza y la hace suya.

Es jugar a vivir sin saber cómo resultará el envite. Sin saber si te estás echando un órdago a ti mismo.

Lo único que quieres es avanzar. Desentumecer el alma y abandonar esas sensación de visto, de oído, de sabido, de saboreado, de vivido y conocido.

Necesitas avanzar en ese viaje. En ese improvisado. En ese que se te pone por delante y al que te subes sin pensar demasiado. Por que estás cansada de pensar. De ser cabal. De calibrar. De valorar y de dejar de hacer.  Y de perder.

Y te arriesgas. Decides que merece la pena. Que lo que tienes que perder es sólo el esfuerzo del intento. Porque si no te esfuerzas, si no lo haces, estás perdida.

Porque sin riesgo te quedarás sentada en tu silla. Mirando hacia delante.

Ni a izquierda, ni a derecha.

Ni arriba, ni abajo.

Siempre de frente.

Siempre lo correcto.

Siempre lo adecuado.

Siempre lo que se espera de ti.

Llegando a creer que lo que esperas de ti mismo, es sólo eso.

Y no estarás satisfecha si no decides arriesgar.

Porque la virtud del riesgo es el conocimiento de otra vida.

La que quizás sea la tuya.