CONOCERTE

Dejaba pasar el tiempo y no adivinaba, no se aventuraba, no creía que pudiera ser posible.

Llevaba años fuera del mercado y comenzar de nuevo se hacía cuesta arriba. Los roles, las señales, las formas de aproximación habían cambiado. Todo se convertía en continuo aprendizaje y tampoco sabía si quería, o si lo necesitaba. Sólo estaba bien. Después de tanto tiempo se estaba convirtiendo en su estado natural. Pero soñaba…

Ya no podía esconderse detrás de la lozanía de los 19, y lo sabía. Ya no podía escudarse en conversaciones banales, en risas sin sentido, en bailes provocadores. Ahora él era otro, más mayor, más seguro, más de vuelta de las cosas. Quizá más desconfiado. Sin duda, más desconfiado…

Cuando su amiga le invitó a apuntarse a aquellas clases de baile, lo consideró una oportunidad para moverse un poco, para hacer algo de ejercicio, para desentumecer el cuerpo y divertirse.

Le dijo que no era necesario llevar nada especial. Ropa cómoda que le permitiera moverse sin ataduras. Y allí se presentó aquella tarde de otoño. Con sus pantalones cortos y su camiseta amplia  y usada. Y lo que vio le obligo a reconsiderar estar allí. Muchas chicas y algún chico, vestidos a la ultima, sonrientes, con la flexibilidad que dan los años al mismo nivel que la líbido que pugna por salir.

Se volvió a su amiga y la interrogó con la mirada «¿qué coño estoy haciendo aquí?»

La mirada que le devolvió y un «tranquilo» le dió por unos minutos la seguridad en si mismo de la que siempre presumía. Por unos minutos…

Cuando apareció ya no pudo despegar los ojos de su espalda, de sus brazos, de sus piernas. Y ese culo…

Se volvió mirando a su clase y la música comenzó a sonar. Fue una décima de segundo. Un cruce de miradas que la dejó colgando en sus pestañas. Y su cuerpo reaccionó. Y bailó.

Y se encontró en el momento exacto de dejar de esperar y convertir un «tal vez» en un «quiero».